Jorge David García, mayo de 2015
Ahora estamos en las tierras de Fiume. Hemos escuchado las campanas resonar, las miradas entregarse a un sueño pasajero. Hemos hecho este viaje sin mayor expectativa, sin saber a ciencia cierta lo que habríamos de encontrar. Pasajero como todos los sueños, inverosímil como toda realidad, está siendo nuestro tránsito por el pueblo autónomo de Carnaro.
“En la Regencia Italiana del Carnaro, la música es una institución social y religiosa.”
Eso dictan las letras de la constitución de Fiume, para agregar que “en los instrumentos del trabajo, de beneficio, y del deporte, en las máquinas ruidosas que, aún estas, caen en un ritmo poético, la música puede encontrar sus motivos y armonías”. Mientras leíamos aquellas palabras pensábamos en nuestras propios ruidos y armonías, en cómo estábamos también nosotros traspasados por la música de nuestro entorno. Lo sorprendente de este viaje no ha sido, por lo tanto, encontrarnos con los sonidos que existen también en nuestras tierras de origen, sino encontrar una ciudad que tiene la música como principio rector de su organización social:
“Si cada renacimiento de un pueblo noble es un esfuerzo lírico, si cada sentimiento unánime y creador es una potencia lírica, si cada orden nuevo es un orden lírico en el sentido vigoroso e impetuoso de la palabra; la música, el lenguaje del ritual, tienen el poder, sobre todo lo demás, de exaltar el logro y la vida del hombre”.
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Cuando volvamos a nuestro mundo, a nuestro tiempo, a nuestra inverosímil realidad, nos preguntaremos cómo asimilar nuestra experiencia en la Regencia de Carnaro, cómo explicar la apuesta libertaria de un proyecto que murió siendo todavía una semilla apenas húmeda, apenas herida por el tallo saliente de una planta que jamás daría frutos. Pues el Estado Libre de Fiume despareció en 1924, cuatro años después de haber sido proclamado. Acaso esté en lo cierto Hakim Bey cuando nos dice que aquel experimento político-musical “fue la última de las utopías piratas” y “muy probablemente la primera Zona Temporalmente Autónoma” de los tiempos modernos. Quien está familiarizado con la teoría anarquista de Bey, sabe que las Zonas Temporalmente Autónomas (TAZ) son proyectos libertarios que no pretenden devenir en sistemas sociopolíticos permanentes, sino que encuentran su máxima potencia en lo efímero y transitorio de sus propuestas. A propósito de Fiume, nos dice el anarquista:
“Nadie intentaba imponer otra dictadura revolucionaria”. “El mundo cambiaría o no. Mientras tanto hay que mantenerse en movimiento y vivir intensamente”.
Viviendo intensamente, los habitantes de Fiume heredaron al futuro sus sonidos futuristas, y son precisamente esos ruidos los que recuperamos en nuestro viaje. Hemos recolectado anécdotas diversas, ruidos del trabajo, del amor, de la desesperación de vivir en una tierra tan compleja como México. Hemos decidido dedicar una parte de nuestra vida a reconstruir el sueño de Carnaro, a proclamar una nueva revolución que ponga la música al centro de las relaciones humanas. Hemos transitado por deseos ocultos, por proyectos frustrados antes de nacer, pero al igual que aquel Estado Libre hemos dejado una huella musical que nos lleva a sospechar que quizás valió la pena todo. Las Zonas Autónomas pueden ser Temporales, pero la expresión humana es un tatuaje permanente que se impregna en los poros de la Historia. De modo que a quien insista en que los proyectos libertarios tienen caducidad, que están destinados, inevitablemente, a una muerte prematura que se pierda en el esmog, hemos de decirles que no los escuchamos: que nuestro RUIDO es tan estruendoso que se sobrepone a cualquier halo de sensatez.
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Hay cuatro aspectos que comparten las comunidades de software libre y los grupos de improvisación musical libre:
- el primero es, precisamente, su insensatez: su rechazo a toda voz que imponga argumentos sobre la inutilidad de los esfuerzos que se dan en estos espacios;
- el segundo es su carácter efímero, su consciencia plena de que son producto de una coyuntura, del encuentro entre personas y condiciones que sólo pueden darse en un contexto determinado, y que pasado ese momento tendrán que separarse y disolver sus constituciones;
- esto deriva en un tercer aspecto, que es su naturaleza horizontal y colectiva, con todo lo que esto implica en términos de colaboración y creatividad distribuida;
- y finalmente el cuarto, el más obvio de todos, es su entrega a un impulso de libertad que está marcado por la convicción de que sólo en la autonomía es posible su existencia: la autodeterminación es un rasgo fundamental de todo grupo que pretende desarrollar tecnologías libres, así como de todo aquél que se dedica a improvisar sin las restricciones que la forma, la institución y la regulación de la industria musical llevan bajo el costado.
Un concepto que sirve para señalar el tipo de trabajo que se hace tanto en las comunidades de software libre, como el que se realiza en los colectivos de improvisación musical, es el de hacker. Según explica Pekka Himanen en su famoso libro sobre el espíritu de la información, el hacker es aquél que se entrega a su trabajo de manera entusiasta, poniendo por encima de sus motivaciones el goce que provoca el hacer lo que se hace. No le importa generar grandes cantidades de dinero ni un prestigio que permita sobresalir, en competencia, por encima de los demás. Lo importante para el hacker es disfrutar lo que hace por el mero hecho de que encuentra interés y placer en su actividad, así como en los vínculos sociales que se dan en la misma. Aunque es común asociar este concepto a las comunidades de programadores, según el propio Himanen “esta relación apasionada con el trabajo no es una actitud que se encuentre sólo entre los hacker informáticos”, sino también en cualquier otro ámbito, “entre los artistas, los artesanos”… y por supuesto también en los colectivos de música libre. No es de sorprender que los espacios hacker puedan ser también pensados como Zonas Temporalmente Autónomas, como territorios en tránsito que comparten con la música y con el software libre su carácter efímero, autónomo y colaborativo… pero sobre todas las cosas su naturaleza insensata.
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¿Son estas palabras un manifiesto de la música hacker? ¿Son acaso una explicación de ruidos que en principio no tendrían por qué justificarse? Ni manifiesto ni justificación, este escrito es más bien un cuaderno de viaje, una reflexión de quien regresa de Fiume y no sabe a ciencia cierta cómo ubicarse en el fatídico “mundo verdadero”. Al mirar alrededor destacan algunos artistas, colectivos, proyectos que han pasado también por Carnaro, como es el caso del improvisador y desarrollador de software Julien Ottavi o el de proyectos colectivos como El Sueño de Tesla o la República Ibérica Ruidista, todos ellos dedicados a hackear un sistema musical llenándolo de ruido. Pero a pesar de la motivación que genera el ver a otros cohabitar aquel pueblo perdido, el regreso a un contexto poblado de desempleo, de violencia, de competencia y de opresión no nos deja perdernos por completo en nuestro sueño.
Porque cuando se describe una experiencia hacker, cuando se habla de las bondades que los viajes a Carnaro traen consigo, no se suele enfatizar la vida que existe antes y después de cada puerta libertaria. Entramos en la ciudad de la autonomía, hacemos ruido y promovemos el uso de sistemas GNU/Linux, organizamos talleres en los que prima la libertad -o al menos eso creemos- y hacemos fiestas trasnochantes llenas de música, pero después regresa la calle, el tiempo laboral, las manos sucias que barajan los sucios barandales del metro; las manos pidiendo, las manos golpeando, las miradas perdidas que sólo se distraen para observar la pornografía o las muertes exaltadas en cualquier periódico ajeno; vuelve la enfermedad, la incongruencia, la rigidez… y Fiume se desvanece entre los charcos ennegrecidos. Tendremos que esperar la próxima ocasión que nos sintamos ingenuos para decir con convicción: “estamos trabajando por vivir en un mundo diferente”.
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Hoy escribo desde cierta decepción hacia los proyectos destinados a morir en el intento. Es posible que también la decepción sea transitoria y que pronto regresemos a posiciones como la de Ariel Fazio, quien piensa que estas “formas comunitarias de producción”, más allá de que “terminen asentándose en su propio ámbito, trasladándose a otros o simplemente desapareciendo, constituyen una clara muestra de que la transformación política puede darse también a través de prácticas cotidianas, ordinarias, de todos los días”. ¿Será? Tendremos que volver a Fiume, una y otra vez, neciamente y de manera cotidiana, para saber a cuál historia la Historia dota de razón.
Eso pensamos los primeros miembros de Armstrong Liberado hace cerca de año y medio: tenemos que volver cotidianamente a Fiume. Desde entonces, hemos regresado con nuestros sonidos improvisados, nuestras máquinas rotas, nuestras dudas e incertidumbres, para cada vez volver después a nuestro inhabitable hábitat defectuoso. Hoy en día -como siempre-, no sabemos hacia dónde irán nuestros esfuerzos. ¿Han de convertirse en una revolución de lo cotidiano como la que propone Fazio, o han de terminar en el baúl de lo tatuajes olvidados de Carnaro? Afortunadamente, los músicos nunca hemos estado obligados a dar respuestas unívocas.
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Para cerrar este cuaderno, propongo a nuestro lector un ejercicio imaginario: un mundo que se construya de ideas, de deseos, de imágenes y sonidos generados por cada individuo, pero puestos a la disposición de una comunidad planetaria que disponga libremente de ellos. Un mundo que se construya de creaciones humanas, de piezas musicales que cada persona genera a partir de las ideas colectivas. Un mundo en el que la creación de una persona pueda ser libremente intervenida por la creación de la sociedad. No hay oposición entre grupo y persona en este mundo ficticio: la comunidad impera sobre el individuo imperante, todo se comparte sin que esto limite la capacidad de que cada ser sea uno mismo. El proyecto es difícil, inverosímil, probablemente imposible, pero si existe un lugar donde explorar su pertinencia, este lugar es, justamente, la música libre.
Una de nuestras últimas actividades ilustra bien esta experimentación: el proyecto Hydra, pensado para ser un trabajo de colaboración con el proyecto Poliedro, consistió en una sesión de edición sonora colectiva. Nos reunimos; cada miembro del grupo grabó previamente una improvisación que compartió con el resto de los miembros; hicimos a partir de tales improvisaciones un banco de sonidos, un recurso común que podíamos utilizar libremente; cada quien hizo después una pieza musical utilizando únicamente aquel banco sonoro; una vez hechas las piezas, comenzamos a compartirlas con los compañeros y compañeras, de modo tal que cada quien pudo editar una de las once composiciones; cada una de éstas fue, por lo tanto, “manoseada” once veces, dejándose transformar en ese paso por la “sucia” creatividad de todas y todos. Al final tuvimos un charco lodoso, una mezcla de barro con pintura que reúne el deseo individual con la imaginación compartida. En una actividad tan simple como aquélla se puede ver lo difícil, pero también lo fascinante, que es la libertad social. Por un momento fuimos lo que Deleuze y Guattari reconocen como un Cuerpo sin Órganos: un flujo de deseos que han perdido la organización necesaria para que el uno y el todos mantengan claramente su posición; un ser des-organizado fuimos en aquel instante… y después regresamos al mundo, quizás ligeramente más sensibles y reflexivos sobre lo que implica vivir en comunidad.
Con toda la insensatez avanzamos en nuestro ruido, discutiendo con nuestra propia consciencia cuál será la conclusión con la que terminemos este día. Acaso todo se trate de eso: de convencer a nuestra propia imaginación de jugar las cartas adecuadas. Ya decía Beckett en uno de sus más crípticos poemas:
Al final de qué acecho
creyó el ojo atisbar
el fondo extremo de la nada
moverse débilmente
la cabeza le calmó diciendo
sólo fue en tu cabeza.
Referencias:
Hakim Bey, The Temporary Autonomous Zone, Ontological Anarchy, Poetic Terrorism.
Pekka Himanen, La ética del hacker y el espíritu de la información.
Gabriel d’Annunzio, Carta del Carnaro.
Ariel Fazio, Ética y subsunción en el posfordismo: por qué el software libre es un movimiento.
Gilles Deleuze y Felix Guattari, Cómo hacerse un cuerpo sin órganos (Mil Mesetas).