Jorge David García, marzo de 2016 Artículo publicado en la revista Pillku.
Hace poco más de treinta años, Richard Stallman comenzó el ambicioso proyecto que daría lugar al movimiento de software libre; hace apenas quince, surgieron la Wikipedia y las licencias Creative Commons; hace doce se publicó Cultura Libre de Lawrence Lessig, libro que vino a revolucionar las discusiones jurídicas sobre la propiedad intelectual en los tiempos de internet; van tan sólo cinco años desde el número inicial de nuestra querida revista Pillku. En el corto lapso de las últimas tres décadas, hemos sido testigos de la relevancia que estos temas tienen para la construcción de una cultura incluyente y democrática, aunque también hemos constatado que la labor de construir un sistema cultural alternativo no es una tarea sencilla, sino una que implica un mar de dificultades, contradicciones y aspectos que merecen ser repensados.
Cuando revisamos las discusiones que en las últimas décadas se han dado en torno a los proyectos detonados por Stallman y Lessig, encontramos con frecuencia dos posiciones polarizadas: una que reproduce un discurso meramente celebratorio respecto a las batallas ganadas en términos de libertad tecno-cultural, y otra que considera que los logros obtenidos son insignificantes frente a las derrotas que se han venido dando en materia de soberanía tecnológica, de apropiación de los medios productivos y de generación de redes de intercambio que prescindan del mercado capitalista.
Si bien ambas posturas tienen fuertes argumentos para defender su posición, lo cierto es que hoy en día existe una amplia gama de proyectos y colectivos cuyas experiencias trascienden toda clase de dicotomías: al momento de las acciones, las actitudes utópicas aprenden a convivir con los sentimientos fatalistas que los golpes y derrotas generan. En ese sentido, hemos de afirmar que el software y la cultura libres, a pesar de las contradicciones en las que se encuentran inmersos, son movimientos sociales vivos, todavía en estado de expansión, que no sólo siguen siendo necesarios para la transformación de las legislaciones culturales y de las formas de producción tecnológica, sino que además son hoy en día más necesarios que nunca. ¿Por qué? Por las cuatro razones que expondremos en lo que sigue.
La primera razón tiene que ver con la crisis ecológica que estamos viviendo. Mientras vemos derretirse el Cono Sur, mientras soportamos fríos y calores extremos, inundaciones, sequías y congelamientos que ponen en riesgo nuestra propia supervivencia, advertimos la urgencia de aprender a producir de un modo diferente. A propósito de lo anterior, el filósofo Enrique Dussel plantea que “el crecimiento de la conciencia de toda la humanidad, dada la revolución electrónica de los medios de comunicación, producirá inevitablemente más participación de los ciudadanos en la política y de los productores directos en los sistemas económicos” (Dussel, 2014: 183). Lo que nos toca, por lo tanto, es canalizar dicha participación hacia procesos productivos que rechacen la acumulación capitalista, misma que lastima tanto a la sociedad como al medio ambiente. Concretamente, el modo de producción que promueve el software libre puede ser un ejercicio fructífero de economía cooperativa que coloque el bien común por encima del interés privado, y que aproveche la tecnología digital como un medio para amplificar nuestra capacidad de comunicación, de intercambio no mediado y de utilización racional de los recursos que tomamos de nuestro entorno.
Pasando a la segunda de nuestras razones, ésta consiste en la acentuada privatización que en las últimas décadas se ha dado sobre todo tipo de información. Hablando específicamente del código como una forma particular de encapsulamiento informativo, Lawrence Lessig nos advierte que “el código será una herramienta capital (…) [que] representará la mayor amenaza tanto para los ideales progresistas como para los liberales, a la vez que su mayor promesa” (Lessig, 2009: 38). La información digital que el código encapsula viene a determinar un amplio espectro de condiciones políticas, económicas y culturales, por lo que la lucha por el código tendría que ser una prioridad para los movimientos sociales del siglo XXI. Frente a estas advertencias, queda claro que cuando hablamos de código abierto ya no nos referimos únicamente a cuestiones de informática y programas de cómputo, sino también a asuntos tan transversales a nuestra vida como son la alimentación, la salud e incluso nuestra propia información genética.
Sobre nuestra tercera razón para considerar el software y la cultura libres como movimientos de enorme relevancia para los tiempos actuales, hemos de señalar el giro político que está teniendo lugar en América Latina –aunque también en diversas regiones de Europa, Asia y Norteamérica–, en el que una nueva ola de gobiernos reaccionarios amenazan con aplastar los avances, de por sí polémicos e insuficientes, que los gobiernos progresistas han logrado en materia de justicia social. Adscribiéndonos a las consideraciones de Franco Berardi “Bifo”, hemos de decir que “el único modo de frenar la carrera hacia el abismo es la insurrección”: una insurrección donde “la mente es la red del trabajo cognitivo”, y en la que tenemos la tarea de “suscitar la conciencia de los precarios cognitivos” y “hacer posible la autonomía de su actividad fuera de las reglas del mercado” (Berardi, 2014: 34-35). Nuevamente, tenemos que las herramientas y principios que el software y la cultura libres ofrecen pueden ser de gran utilidad para estas tareas.
Finalmente, como cuarta razón mencionaremos la batalla que las empresas neoliberales están llevando a cabo con el objetivo de transformar el internet para que deje de ser una red distribuida y se convierta en un entorno centralizado, completamente controlado por quienes rigen el mercado global. Si tomamos en cuenta todas las implicaciones que esta batalla tiene en términos de economía, privacidad y vigilancia, hemos de entender el enorme riesgo que conlleva la inminente monopolización de la red. Basta pensar en las revelaciones de Edward Snowden sobre los sistemas de vigilancia masiva de la NSA, en la expansión desmedida de empresas como Google y Facebook o en la persecución que a través de las redes se hace contra la disidencia social, para darnos una idea del futuro que nos depara si no logramos defender el carácter distribuido, democrático y horizontal del internet y de todo lo que éste significa para la sociedad contemporánea.
Ante las razones que acabamos de exponer, habría que preguntarnos si las personas que nos dedicamos a defender la libertad cultural y tecnológica somos realmente conscientes de la responsabilidad social que nuestras luchas implican, y si nuestras acciones concretas se encuentran a la altura de los retos que tenemos encima. En otras palabras, hace falta cuestionar cuáles son los factores que tendríamos que tomar en cuenta para potenciar nuestra labor y hacerla más efectiva.
De acuerdo con Dmytri Kleiner, miembro del colectivo alemán Telekommunisten, el potencial revolucionario de la cultura y el software libres está supeditado a la apertura que estos movimientos tengan para extender sus horizontes, es decir, para ampliar sus acciones y objetivos más allá de los ámbitos limitados de la informática y de la propiedad intelectual. Según afirma Kleiner, “el involucramiento en el desarrollo de software y la producción de obras culturales inmateriales no es suficiente”, pues “la cultura libre no puede sostenerse en una sociedad no libre, que necesita de los bienes de consumo para capturar ganancias” (Kleiner, 2013: 58). Desde esta perspectiva, sólo en la medida en que dirijamos nuestra atención hacia la producción material y hacia los problemas sociales que se desprenden de la misma, es posible considerar que estamos ganando terreno para los fines de construir un sistema de producción no capitalista.
Consideremos ahora la opinión del español David García Aristegui, quien no sólo cuestiona el alcance social que el software y la cultura libres pueden llegar a tener mientras se aboquen únicamente a la producción de bienes inmateriales, sino que rechaza de facto la posibilidad de que aquéllos constituyan cualquier clase de contrapeso al sistema capitalista. En un reciente libro titulado Por qué Marx no habló de copyright, él sugiere que la cultura libre (e implícitamente también el software libre), lejos de contrariar al capitalismo, es “totalmente funcional a la agenda neoliberal” (García Aristegui, 2014: 184). Partiendo de tales provocaciones, conviene considerar la relación que nuestros proyectos tienen con un sistema económico que saca ganancia de la “libre compartición” y la “creatividad distribuida” sobre la que se sostienen los nuevos modelos empresariales. Aunque muchas veces es difícil salir completamente de un sistema que parece abarcarlo todo, lo que sí podemos hacer es dejar de utilizar las herramientas tecnológicas, los espacios culturales y los modos de producción que se adhieren a las nuevas estrategias neoliberales, para en cambio privilegiar a aquéllos que apuestan por la producción cooperativa, por la propiedad comunitaria y por una circulación (verdaderamente) democrática de aquello que se produce a partir del intercambio social.
Para cerrar esta lista de consideraciones, es importante tomar en cuenta un último elemento, que es la diferencia que existe entre hablar del impacto que la cultura y el software libres tienen en un país como Estados Unidos, y además en una clase media/alta como aquella a la que implícitamente se dirigen varias de las iniciativas de Stallman y de Lessig, con respecto al que podría tener en países “tercermundistas” o en clases sociales “bajas”. No deja de ser un problema, por ejemplo, el que muchas de las estrategias que la cultura libre promueve parten del supuesto de que el internet es un recurso accesible para todas las personas, cosa que es, por supuesto, una falsa premisa. Cabe preguntarnos, por lo tanto, de qué manera cambiarían los planteamientos de Lessig y de Stallman si hubieran sido concebidos desde espacios marginales a los que son centrales para el capitalismo. Sobra decir que esta es una cuestión fundamental para muchos de nuestros proyectos, pues es evidente que el software y la cultura libres no puede ser pensados en América Latina de la misma manera en la que se conciben en otras latitudes.
En conclusión, son muchos los retos que tenemos por delante y muchas las contradicciones con las que tenemos que lidiar quienes creemos en la potencia transformadora de las iniciativas libertarias a las que estamos aludiendo. Afortunadamente, cada vez son más los espacios y las comunidades dispuestas a compartir sus experiencias, sus frustraciones y sus esperanzas, y a construir en el diálogo una ruta compartida.
Basta revisar las diversas experiencias documentadas en Pillku, para comprobar que es posible generar procesos tecno-culturales que cuestionen desde el sur las premisas del norte, que trasciendan los entornos digitales y la producción meramente inmaterial, que generen alternativas efectivas al sistema de producción neoliberal. Esto, por supuesto, sin ignorar la importancia que el arte, la informática y la producción de conocimiento siguen teniendo como detonadores de procesos transformadores, más allá de la mera implementación, por demás también necesaria, de licencias autorales o de herramientas tecnológicas libres.
BIBLIOGRAFÍA
Berardi, Franco (Bifo). La sublevación. Buenos Aires: Hekht libros, 2104.
Dussel, Enrique. 16 Tesis de economía política: interpretación filosófica. México: Siglo XXI, 2014.
García Aristegui, David. ¿Por qué Marx no habló de copyright? La propiedad intelectual y sus revoluciones. Madrid: ed. Enclave de Libros, 2014.
Kleiner, Dmitry. El Manifiesto Telecomunista, trad. Nicolás Reynolds, En Defensa del Software Libre, 2013.
Lessig, Lawrence. El código 2.0. Madrid: Traficantes de Sueños, 2009.