En 1997 Ricardo Domínguez creó el Electronic DisturbanceTheater (EDT), compañía de artistas, teóricos y cyber-activistas que se dedica a generar herramienta y reflexiones críticas en torno a las posibilidades de resistencia civil en medios digitales.
Entre las acciones más conocidas del EDT se encuentran aquellas que apoyan al Movimiento Zapatista de México. Un ejemplo conocido de estas acciones de “Zapatismo digital” es el conjunto de protestas y boicots electrónicos que se realizaron en 1998 en contra del gobierno mexicano de Ernesto Zedillo, el cual perpetró en 1997 una matanza en la comunidad de Acteal, Chiapas, en contra de bases de apoyo zapatistas. A través de diversas tácticas que iban desde campañas de correo electrónico hasta bloqueos y hackeos en el sitio oficial del presidente Zedillo, el EDT puso en marcha un plan de DesobedienciaCivil Electrónica (ECD por sus siglas en inglés), concepto que toma su nombre del movimiento estadounidense de los derechos civiles, y que se refiere precisamente a estrategias de desobediencia civil que generen acciones directas, no violentas, que a través de la denuncia y protesta pacíficas pretenden visibilizar una serie de problemas sociales, rompiendo el silencio otorgado por los medios oficiales, informando e invitando a la ciudadanía a participar activamente en la lucha contra la opresión, la corrupción y la injusticia.
Cuando revisamos los antecedentes históricos y algunas obras de los “años heroicos” del net.art, surge la duda de hasta qué punto el EDT puede ser considerado como arte digital. Me parece que esta pregunta, más allá de que pueda o no ser respondida de manera precisa, es sintomática de algunos aspectos del net.art que me parecen fundamentales para entender la manera en la que el Internet abre el campo de exploraciones artísticas, reconfigurando la función social, la definición y los límites del arte.
Si bien en primera instancia uno podría decir que las acciones del EDT –al menos aquellas que se realizaron en 1998 en repudio a la matanza de Acteal– pertenecen más al campo del activismo social que al del arte, llama la atención la manera en la que sus propios miembros definen, en el mismo año de 1998, la labor de este colectivo:
El EDT es un pequeño grupo de cyber-activistas y artistas dedicados al desarrollo de la teoría y la práctica de la Desobediencia Civil Electrónica (ECD). Hasta ahora el grupo ha enfocado sus acciones electrónicas en contra de los gobiernos Mexicano y Estadounidense para visibilizar la guerra que estos gobiernos libran en contra de los Zapatistas y otras comunidades en México. Sin embargo, las tácticas de ECD tienen el potencial de ser aplicadas por un amplio espectro de movimientos artísticos y políticos. (Ir a la fuente original)
Como vemos en el fragmento anterior, los miembros de EDT consideran que sus prácticas tienen no sólo una naturaleza política, sino también artística. Es significativo en ese sentido observar que la propia concepción del grupo como un “teatro del disturbio electrónico” enfatiza el elemento artístico del teatro, dejando claro que la lucha de esta agrupación es en parte una lucha estética; a través de sus acciones, los miembros del EDT buscan cuestionar los límites de lo que puede ser perceptible en un determinado espacio social, tanto en el mundo digital del Internet como en el “mundo real” que, en este caso, representa la masacre de Acteal.
Una fuente que resulta sumamente útil para profundizar en la concepción artística del EDT es el libro titulado The ElectronicDisturbance, publicado en 1993 por el Critical Art Ensemble (CAE). En este libro se presenta un marco teórico que entre otras cosas abandona la noción tradicional del arte, redefiniendo el campo de lo estético así como su función en términos sociales. Según lo que el CAE propone en esta publicación, “una de las primordiales funciones críticas de los trabajadores culturales es inventar medios estéticos e intelectuales para comunicar y distribuir las ideas” (CAE, 1993, p.124). Es necesario, entonces, generar nuevas maneras de comunicación que abran la posibilidad de decir aquello que los medios tradicionales no permiten. Esto nos deja ver el modo en el que las acciones del Electronic Disturbance Theater, además de sus claros objetivos políticos, persiguen fines estéticos en los términos planteados por el CAE. Un dato esencial para entender la relación de estos dos proyectos es que Ricardo Domínguez –fundador del EDT– fue miembro del CAE durante la época en la que se escribió el libro referido, por lo que podemos decir que este Teatro del Disturbio es producto de las reflexiones que se desarrollaron en dicho texto.
Si hacemos un repaso de los proyectos que se recogen en Arte.Red, encontramos una serie de propuestas que, al igual que el EDT, plantean un límite borroso entre el arte y el activismo social desde los primeros “años heróicos” del net.art. Como ejemplos de lo anterior podemos referir proyectos como Identity Swap Database (Heath Bunting y Olia Lialina, 1999), Close Circuit Television (Heath Bunting, 1996), y The Temple of Confessions (Guillermo Gómez Peña, 1997). Con éstas y otras iniciativas de net.artistas, podemos comprobar que el Internet abrió las puertas a una reconceptualización del arte en términos de su relación con la realidad social, es decir, del mundo “análogo” que trasciende los universos digitales. Con ello se cuestiona la aparente separación entre el ciberespacio y los problemas materiales que aquejan nuestra época.